domingo, 30 de diciembre de 2012

Otoño

Ha sido un otoño muy movidito, y eso que no me he movido del sofá. Pasando por la fortaleza del Castillo, San Petesburgo, Venecia, Macondo, el norte de Italia y las nevadas montañas suizas... ¿Quién hubiera dicho que se podía viajar tanto, moviendo tan poco? Un suave movimiento con la mano es todo lo que se necesita para pasar la página de un libro, y conocer en persona a auténticos genios: Kafka, Dostoyevski, Mann, Márquez, Hemingway.

Franz, Fedor, Thomas, Gabriel, Ernest, ha sido un placer conoceros. Siento que nos hayamos encontrado tan tarde, habiendo tan poca distancia de mi sofá a vuestra estantería, pero presiento que este es el principio de una gran amistad.




m

viernes, 28 de diciembre de 2012

Adiós a las armas

Historia del final de una guerra y del principio de un amor, Adiós a las armas está basada en las vivencias de Ernest Hemingway en Italia durante la I Guerra Mundial, en la que participó como conductor de ambulancias.

Frederick Henry es un personaje masculino, valiente, que posee gran dominio de sí mismo y unos ideales fuertes. Un día, conoce a una enfermera inglesa llamada Catherine y surge entre ellos una relación de mutuo acuerdo: durante los ratos que pasen juntos no habrá guerra. Y pronto lo que nace como un juego, se convierte en un vínculo idílico. 

Si algo muestra esta obra, como otras tantas de Hemingway, es un estilo directo, vivo, y un realismo puro y duro. El autor describe los hechos como se suceden ante los ojos del protagonista. Refleja de la manera más verídica la barbarie de la guerra: muerte, hambre, soledad, sufrimiento, caos... El efecto desolador que produce la guerra sobre la gente de su alrededor, el paisaje y su propia persona hacen que el teniente Henry vaya  poco a poco perdiendo la fe en los valores que sustentan la guerra tales como el honor, el patriotismo o el sacrificio por un país. El lector, a la vez que el protagonista, se da cuenta de que no son más que términos meramente abstractos que han sido idealizados para ocultar la cruda realidad bélica y así lo acompañará en su deserción y adiós a las armas. 

Otro elemento a destacar es la historia amorosa. En un principio, los amantes se utilizan mutuamente como medio de consolación de sus propias desgracias. Pero la evolución de esta relación, los diálogos en ocasiones al más puro estilo de ridiculez adolescente y la necesidad física con la que se anhelan mutuamente hacen de esta una de las historias de amor más tiernas y puras que he leído. 

Varios datos curiosos. Hemingway escribió 47 veces las últimas palabras de esta novela antes de darla por concluida. Ciertamente, el final de la novela es sorprendente y brutal, pero las últimas palabras son las justas y adecuadas. Como si no pudieran ser de otra manera. Esto demuestra que la maestría del escritor no sólo viene dada de forma innata como un don de gracia, si no que hay detrás de ella una gran voluntad de exigencia y perfeccionismo. Por otro lado, la descripción del cabello de Catherine a través de los ojos de su enamorado está considerada de las más bellas que se han escrito en todos los tiempos.

Ernest Hemingway fue Premio Nobel de Literatura en 1954. Sus novelas tratan de sacar a la luz  los sentimientos y las vidas de personas corrientes que sufren injusticias políticas y económicas. Su prosa concisa y lacónica, probablemente debida a su experiencia como periodista y reportero, muestra siempre la realidad tal y como es. Su más admirada seña de identidad y arma más infalible para hechizar y conmover a quien lo lee.




Reseñado por: m

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Sobre lugares y libros

Patente de corso
XLSemanal-26/11/2012


Hay un ejercicio fascinante, a medio camino entre la literatura y la vida, que muchos de ustedes habrán practicado alguna vez: visitar lugares leídos antes en libros y proyectar en ellos, enriqueciéndolos con esa memoria lectora, las historias reales o imaginarias, los personajes auténticos o de ficción que en otro tiempo los poblaron y que de algún modo siguen ahí, apenas disimulados a poco que uno se fije. Para quienes gozan de ese privilegio extraordinario, esto sitúa los lugares con bagaje histórico o literario en un contexto singular que los hace aun más atractivos. Ciudades, hoteles, calles, paisajes, cuando te acercas a ellos con lecturas previas en la cabeza, adquieren un grato carácter personal; un sabor intenso. Cambia mucho las cosas, en ese sentido, visitar Palermo habiendo leído El gatopardo, o pasear por Buenos Aires con Borges y Bioy Casares en la recámara. Tampoco es lo mismo bajar del autobús turístico en Hisarlik, Turquía, para hacerte una foto mientras el guía cuenta que allí hubo una ciudad llamada Troya, que caminar por esa llanura con viejas lecturas y traducciones en la cabeza, comprobando cómo el paso del tiempo no secó el río Escamandro, pero alejó la orilla del mar color de vino con sus cóncavas naves; sentir los gritos de guerra de hombres cubiertos de bronce -cayó, resonaron sus armas-, o ser consciente de que tus zapatos llevan el mismo polvo por el que Aquiles arrastró el cadáver de Héctor atado a su carro. 

Si eso ocurre con los libros leídos, calculen lo que ocurre cuando los escribe uno mismo. Cuando durante semanas, meses o años, pueblas determinados paisajes con tu propia imaginación. A mí me ocurre con frecuencia, pues localizo los pasajes de casi todas mis novelas en sitios reales: viajo allí, tomo fotografías y notas, leo cuanto puedo encontrar sobre el asunto. Pocas sensaciones conozco tan agradables como caminar con maneras de cazador y el zurrón abierto; entrar en un bar, un restaurante, tomar asiento en una terraza y decidir: este sitio me sirve, lo meto en la novela. Y luego, recreándote en el placer que eso depara, imaginar a tus personajes moviéndose por el lugar, sentados donde estás, bebiendo lo que bebes, mirando lo que tú miras. Comparado con el acto de escribir, con el momento de darle a la tecla, esta fase previa es superior, mucho más excitante y mágica. Para individuos como yo -sólo soy un escritor profesional que cuenta cosas, no un artista ni un yonqui de las palabras-, lo de escribir después la novela no es más que un trámite necesario y a menudo ingrato: un acto casi burocrático que justifica que inviertas tiempo y esfuerzos previos cuando todo es aún posible. Cuando te acercas a la novela por escribir sabiendo que está por hacer y quizá esta vez consigas que sea perfecta, aunque tu instinto te diga que nunca lo será. Acercándote a cada nueva historia con la misma curiosidad y cautela con las que te acercarías a una mujer hermosa de la que te acabases de enamorar. Volví a la Costa Azul hace unos días. Parte de mi última novela transcurre allí en 1937. Y la sensación fue extraña. Agridulce. Durante los dos últimos años me estuve moviendo por ese paisaje, primero con la expectación de una novela por escribir, y luego para trabajar en determinados pasajes a medida que la historia progresaba en mi cabeza y en la pantalla del ordenador. Vivía rodeado de cuadernos de apuntes, mapas, libros ilustrados, guías antiguas y viejas fotos que me permitieron reconstruir los lugares como el relato exigía, y mover con seguridad a mis personajes: saber lo que veían sentados en tal o cual sitio, describir la luz de un atardecer en la bahía de los Ángeles o las palmeras de Matisse vistas desde la ventana del hotel Negresco, con sus copas vencidas bajo la lluvia. Ahora he vuelto a pasear por el barrio viejo de Niza, por los pinares próximos a Antibes, junto al mar. He salido del hotel de París, en Montecarlo, y cruzado la plaza frente al Casino para sentarme en la terraza de enfrente, como hace Max Costa, el protagonista masculino de El tango de la Guardia Vieja. Y he vuelto a detenerme en el recodo de la carretera donde él y Mecha Inzunza conversan de noche, en la oscuridad, nueve años después de su primer encuentro. Todo eso me era familiar antes de escribir la novela; pero ahora lo conozco de modo muy distinto. Demasiado íntimo, tal vez. Demasiado personal. Ya no podré volver a esos lugares sin amueblarlos con mi propia historia y personajes; sin verlos de otro modo que a través de la novela que yo escribí. Y no estoy seguro de que eso sea del todo bueno. Mi imaginación se apropió de ese mundo para siempre, y ya nunca podré mirarlo con la inocencia de unos ojos libres.

Arturo Pérez Reverte


Opinión personal

He encontrado este texto en la página web de Arturo Pérez Reverte, en la que me dedico a indagar cuando se me pierde algún número del XLSemanal entre el barullo del fin de semana. He decidido copiarlo aquí porque coincide con la nota previa que escribió Rafael Sánchez Ferlosio para la sexta edición de El Jarama. En ella, el autor se queja y se desprende del sentimiento de culpa que le viene cuando los lectores admiran la descripción que hace del paisaje, al principio y final de la novela, del río Jarama. Por lo visto, estos dos textos están copiados (que no pegados) directamente de un volumen titulado "Descripción física y geográfica de la provincia de Madrid". Hoy en día, a esto se le llamaría friki. Sin embargo, el profundo y minucioso conocimiento del lugar y del espacio en el que R. S. Ferlosio narra su obra, así como de la mentalidad de los personajes que aparecen en ella, le hicieron meritorio del premio Eugenio Nadal 1955 y del Premio de la crítica 1956. No sé si R. S. Ferlosio alguna vez ha visitado las orillas del Jarama, o lo hizo a través de este tomo de investigación geológica del paisaje de Madrid. Pero lo cierto es que, fuera como fuera, la visión de este río causó el mismo impacto del que habla Reverte en este artículo de opinión: cuando un escritor hace un paisaje suyo y lo cambia para siempre. 

lunes, 10 de diciembre de 2012

Cien años de soledad

Cien años de soledad, 6 generaciones de hombres y mujeres que nacen con los mismos nombres, las mismas excentricidades, las mismas inquietudes, delirios y pasiones los unos hacia los otros, lo que hace que el tiempo no avanza, sino gira en círculos.

Comienza la novela con el nacimiento del poblado de Macondo y la primera generación de los Buendía. El matrimonio entre Úrsula Iguarán y José Arcadio Buendía traza lo que parece un interminable árbol genealógico: tendrán dos hijos, José Arcadio y Aureliano que, a su vez, tendrán hijos con los mismos nombres y que, a su vez, tendrán más hijos con los mismos nombres, lo que lleva al lector a perderse entre generaciones y generaciones de personajes que son todos parecidos, hasta en los errores y barbaries que cometen. Los Josés y Arcadios serán impulsivos y se dejarán llevar por el instinto. Los Aurelianos, solitarios pero intelectuales. Al principio de la novela aparece el personaje clave: Melquíades, el alquimista, llega al pueblo junto con una feria gitana, y va introduciendo poco a poco los avances tecnológicos que se van dando en el mundo y que llegan a Macondo como si fueran juegos de hechicería. Además, es el autor de los indescifrables pergaminos que varios de los miembros de la familia, empezando por el primer José Arcadio Buendía, intentarán descifrar sin éxito, hasta el final de la novela.

Un elemento clave de la obra: la fantasía se confunde a menudo con la realidad. Hechos excepcionales se presentan como si fueran del todo verosímiles, inventando así Gabriel García Márquez un nuevo género literario: el realismo mágico. Es así mismo creador del pueblo de Macondo, situado en su imaginación y al norte de Colombia, en el que también se desarrollan otras de sus novelas como La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, Los funerales de la mamá Grande y La mala hora, en las que se repiten algunos de sus personajes. 

La historia de Macondo es también una parábola de la historia de Latinoamérica: desde su fundación, pasando por su desarrollo y  apertura hacia el mundo exterior; las revoluciones y contrarrevoluciones políticas; la llegada de la Compañía Bananera, cuya explotación traerá a sus habitantes riqueza y avaricia que, posteriormente, será castigada por unas lluvias torrenciales que dejarán al pueblo en las últimas. La situación límite de una civilización y su final, apocalíptico. 



Reseñado por: m

martes, 4 de diciembre de 2012

El castillo

Se podría resumir El castillo en una sola palabra: burocracia. El castillo es una fortaleza impenetrable donde se llevan a cabo todas las labores organizativas y administrativas de un pueblo dejado de la mano de Dios. 

K. ha recibido una carta del castillo en la que se le ofrece un puesto de trabajo como agrimensor. Sin embargo, el día que llega al pueblo con la intención de trabajar e instalarse, nadie sabe nada sobre dicho puesto como agrimensor. Después del largo camino  recorrido para llegar al pueblo, K. se encuentra con algo peor que una fría bienvenida. Las gentes del pueblo lo rechazarán y se intentarán pasar el muerto los unos a los otros. Aquí empezará la interminable hazaña de descubrir si realmente hay sitio para K. en el pueblo, o si todo ha sido debido a un error burocrático. Al contrario que las gentes del pueblo, que se muestran pasivas y sin poder hacer nada en cuanto a los asuntos del castillo se refiere, K. intentará por todos los medios acceder a él. 

Todo El Castillo es una cadena interminable como símil de la burocracia: K. se pasa la novela yendo de una persona a otra, de un lado al otro del pueblo, con la sensación de ir aproximándose cada vez al castillo, mientras el castillo se aleja cada vez más de él. Las contradicciones aparecen durante toda la obra: cada verdad es a la vez cierta y falsa. Cada historia o explicación que K. recibe confirma la historia que le han contado anteriormente y la niega al mismo tiempo. Como bien afirma Mara en su análisis de El Castillo de Franz Kafka, "El castillo sólo permite una lectura a partir de la desconfianza, puesto que confiar implicaría cometer los mismos errores de su protagonista"

Al principio de la novela, el lector comienza sintiendo una gran sorpresa y desconcierto al ver todo lo que le ocurre a K. Pero, a medida que avanza la obra, crecen el escepticismo y la desconfianza, pues lo único que se ve es cómo manipulan al protagonista, lo manejan y dirigen como si de una marioneta se tratara. Marioneta, cuyos hilos invisibles maneja el castillo que, a su vez, es también invisible y, por lo tanto, inalcanzable. 

Como en la mayoría de sus obras, El Castillo es un reflejo de los sentimientos que definieron la personalidad y la vida de su autor: uno, la frustración por lo absurdo del sistema; el otro, rechazo por parte de la sociedad. Franz Kafka nació en Praga y murió cerca de Viena, sin haber tenido apenas éxito por sus obras literarias. La mayoría han sido publicadas después de su muerte gracias a su fiel amigo Max Brod, que contrarió su última voluntad de quemar los manuscritos. Toda su vida transcurrió bajo la amenaza y el temor que le producía su propio padre, que nunca vio en él el genio que realmente era. Esta relación lo marcó de por vida hasta el punto de convertirse en un ser inseguro y débil, aunque siempre fue educado y amable con cuantos lo  trataron. Su persona queda claramente reflejada en la figura de Gregorio Samsa transformado en insecto gigante, en su obra más famosa: La Metamorfosis. 

Es de los pocos autores que han hecho de su nombre un adjetivo: "Kafkiano", término que se puede emplear para describir cualquiera de sus obras, significa angustioso, absurdo. 




Reseñado por: m

sábado, 1 de diciembre de 2012

Crimen y castigo

Crimen y castigo, publicada por primera vez en 1867, es una de las novelas más emblemáticas de la literatura rusa, la obra maestra de Fedor Dostoyevski y la mejor novela que he leído hasta ahora. Es una novela psicológico social que explora a fondo el alma humana y los valores que la llevarán a la salvación y a la más absoluta miseria. 

Crimen y castigo es el retrato psicológico de un asesino, de un psicópata y, sobre todo, de un alma desgraciada. Raskolnikov es un joven estudiante de provincias que se traslada a San Petersburgo para estudiar la carrera de Derecho. A pesar de su gran inteligencia e interés intelectual, es un personaje de pocos amigos que, poco a poco, se va encerrando más y más en si mismo. Decide apartarse del mundo: deja sus estudios, su trabajo y se dedica a vivir en la mas honda miseria mientras reflexiona y elabora una serie de teorías que le llevarán a la locura de justificar un doble asesinato cometido por él mismo. El resto de la trama se desarrolla entre la mente enferma y obsesionada del protagonista, y los sentimientos de amor y compasión que despierta en una serie de personajes a su alrededor.

Lo fantástico de esta obra no es sólo el realismo con que narra la realidad de una sociedad que vive en la más desoladora penuria, tanto económica como de espíritu. Es el contraste entre las escenas más crueles, los personajes más despreciables y mezquinos, la desgracia más absoluta... y personajes tiernos, que desprenden pura bondad, a pesar de llevar una vida tan mísera y desdichada. 

Para entender mejor la obra, es preciso que leamos y profundicemos un poco en la vida del autor:
Fedor Dostoyevski fue un hombre que se preocupaba por las gentes de su país y las injusticias sociales. Se mostró en contra del régimen del Zar Nicolás I y se implicó en diversas actividades revolucionarias, hasta llegar a ser arrestado y encarcelado. Cumplió condena y fue sometido a destierro y trabajos forzosos en Siberia. Fue en este ambiente donde probablemente vio en primera persona los horrores y brutalidades de que es capaz el hombre, y donde experimentó la miseria y decrepitud a la que estaba sometida su pueblo, y que inspiró tanto su persona como su obra. A pesar de haber practicado el ateísmo socialista en su juventud, al final de su condena Dostoyevski era un cristiano convencido. Se dedicó a leer la Biblia en profundidad y estas lecturas reforzaron su pensamiento ético y moral, y forjaron la creencia de que el sufrimiento por el pecado lleva al perdón y al arrepentimiento. También se dedicó durante toda su vida a observar y a estudiar la complejidad del espíritu humano. De ahí que sus obras ofrezcan retratos psicólógicos alabados por lo más grandes escritores. Friedrich Nietzsche dijo que Dostoyevski era "el único psicólogo del cual se podía aprender algo". Stefan Zweig lo clasificó como "el más grande conocedor del alma humana de todos los tiempos". 

Temas como el existencialismo moral y ético, la generosidad más gratuita, el amor más puro y desinteresado, la compasión, el perdón, así como la pureza de espíritu, hacen de esta novela una obra que pone en manos del lector las lecciones más importantes sobre la vida. Crimen y castigo es, y será, un clásico eterno de la literatura universal.



Reseñado por:  m



Para quien quiera o ya la haya leído, he encontrado un análisis bastante bueno de la trama (en inglés), aquí

domingo, 28 de octubre de 2012

Solaris

Nos internamos en el cosmos preparados para todo, es decir, para la soledad, la lucha, la fatiga y la muerte. Evitamos decirlo, por pudor, pero en algunos momentos pensamos muy bien de nosotros mismos. Y sin embargo, bien mirado, nuestro fervor es puro camelo. No queremos conquistar el cosmos, sólo queremos extender la tierra hasta los lindes del cosmos. Para nosotros, tal planeta es árido  como el Sáhara, tal otro glacial como el Polo Norte, un tercero lujurioso como la Amazonia. Somos humanitarios y caballerescos, no queremos someter a otras razas, queremos simplemente transmitirles nuestros valores y apoderarnos en cambio de un patrimonio ajeno. Nos consideramos los caballeros del Santo-Contacto. Es una mentira. No tenemos necesidad de otros mundos. Lo que necesitamos son espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Un solo mundo, nuestro mundo, nos basta, pero no nos gusta cómo es. Buscamos una imagen ideal de nuestro propio mundo; partimos en busca de un planeta, de una civilización superior a la nuestra, pero desarrollada de acuerdo con un prototipo: nuestro pasado primitivo. Por otra parte, hay en nosotros algo que rechazamos; nos defendemos contra eso, y sin embargo subsiste, pues no dejamos la Tierra en un estado de prístina inocencia, no es sólo una estatua del Hombre-Héroe la que parte en vuelo. Nos posamos aquí tal como somos en realidad, y cuando la página se vuelve y nos revela otra realidad, esa parte que preferimos pasar en silencio, ya no estamos de acuerdo. 

Solaris
Stanislav Lem

domingo, 21 de octubre de 2012

El poema más corto

RUISEÑOR

Surtidor.

A media noche
gotea sol.

Francisco Pino

Carpe Noctem es uno de esos dichos en latín que yo nunca había oído hasta que hoy he buscado "dichos en latín" en Google. Por lo visto, viene de que los universitarios se lo decían unos a otros la noche antes de un examen: aprovecha la noche ¿a alguien le suena?

Bueno, pues he pensado que aquí voy a compartir lo que ha sido mi mayor afición desde siempre: los libros. Voy a aprovechar para meter aquí todos esos artículos que me llamen la atención, poemas que me lleguen al alma y libros que me hagan pensar. Puede que también vaya poniendo textos de cosecha propia, si considero que no son lo suficientemente ridículos. Y como cada vez somos menos los sensibles a la literatura (y con literatura no me refiero a basura como "3 metros sobre el cielo", si no a novelas de verdad), pretendo también que esto sea un lugar donde se pueda comentar y debatir esos libros que cada vez lee menos gente. No sé si esto último es demasiado pedir, pero realmente me encantaría que así fuera. Soñar demasiado es malo, lo sé. Pero un poco es necesario al fin y al cabo.